Como puse antes en uno de mis posts, tengo un nuevo hobby. Esta actividad extracurricular no me ayuda mucho a mantener la figura de Special K que me tortura la mente, cada vez que veo el vestidito rojo de la caja de cereal (que por supuesto está photoshopeado) mientras le meto un mordisco al pedazo de torta que tengo en las manos en ese preciso momento. Este hobby es cocinar. Es increible como me he vuelto adicta a la cocina. Tanto así que busco ingredientes imposibles que en España no se encuentran.
La aventura gastronomica de buscar ingredientes me ha llevado a tener divertidas experiencias con mi "partner in crime": Nana Banana. Esta flaca se ha pegado conmigo maratones culinarios de invenciones imposibles y triatlones de la búsqueda de esos tesoros perdidos o ingredientes.
Una de las tantas ocasiones fue un día que decidimos hacer picante. Ya yo sabía como hacerlo por un accidente de cocina en donde mi madre y yo confundimos ají dulce por ají picante. Para hacer el cuento corto de ese accidente, al final del día mi pobre madre tuvo que meter las manos en yogurt porque no podía con lo que le ardían los dedos y yo cometí el error garrafal de rascarme un ojo luego de cocinar... el ojo casi lo pierdo por despistada!
Lo más importante para hacer el bendito picante era encontrar los chiles. Aquí en el país donde la gente no se baña, las cosas les cambian el nombre nada más que para tocarte las narices y por supuesto que el ají picante es algo que ellos no conocen, ni el chile, ni jalapeños, lo llaman guindilla. Y yo que siempre he pensado que guindillas son las que están en marrasquino y se ponen en el borde de una piña colada.
Para uno que está acostumbrado a que todo lo encuentras en un supermercado, pues que no tuvieran guindillas en un abasto normal y corriente fue un shock, tanto así que pensabamos que era ese supermercado el que no tenía... "total denial"... después de 15 supermercados más y 42 kilómetros recorridos a pie, pues constatamos que éste no era un ingrediente normal y casi nos dimos por vencidas.
Hasta que llegamos a uno de los tantos mercados públicos que hay en Barcelona. El mercado de San Antoni no es tan grande o suntuoso como la Boquería, o tan bonito como el mercado de Santa Caterina, pero es bastante agradable y la verdad es bien cómodo. No fue sino hasta el último tarantín (o chiringuito como los llaman aquí) que por fin encontramos las guindillas.
La aventura gastronomica de buscar ingredientes me ha llevado a tener divertidas experiencias con mi "partner in crime": Nana Banana. Esta flaca se ha pegado conmigo maratones culinarios de invenciones imposibles y triatlones de la búsqueda de esos tesoros perdidos o ingredientes.
Una de las tantas ocasiones fue un día que decidimos hacer picante. Ya yo sabía como hacerlo por un accidente de cocina en donde mi madre y yo confundimos ají dulce por ají picante. Para hacer el cuento corto de ese accidente, al final del día mi pobre madre tuvo que meter las manos en yogurt porque no podía con lo que le ardían los dedos y yo cometí el error garrafal de rascarme un ojo luego de cocinar... el ojo casi lo pierdo por despistada!
Lo más importante para hacer el bendito picante era encontrar los chiles. Aquí en el país donde la gente no se baña, las cosas les cambian el nombre nada más que para tocarte las narices y por supuesto que el ají picante es algo que ellos no conocen, ni el chile, ni jalapeños, lo llaman guindilla. Y yo que siempre he pensado que guindillas son las que están en marrasquino y se ponen en el borde de una piña colada.
Para uno que está acostumbrado a que todo lo encuentras en un supermercado, pues que no tuvieran guindillas en un abasto normal y corriente fue un shock, tanto así que pensabamos que era ese supermercado el que no tenía... "total denial"... después de 15 supermercados más y 42 kilómetros recorridos a pie, pues constatamos que éste no era un ingrediente normal y casi nos dimos por vencidas.
Hasta que llegamos a uno de los tantos mercados públicos que hay en Barcelona. El mercado de San Antoni no es tan grande o suntuoso como la Boquería, o tan bonito como el mercado de Santa Caterina, pero es bastante agradable y la verdad es bien cómodo. No fue sino hasta el último tarantín (o chiringuito como los llaman aquí) que por fin encontramos las guindillas.