La luz de
la mañana se apropia de todos los rincones de la casa. El matiz naranja del sol
produce una sensación de calidez, mas el frío que siento no me lo quita este
resplandor. Veo como las sombras juegan a camuflarse en la alfombra blanca, y
hace que parezca la piel de dos tigres.
Salgo al
balcón con una taza de café en la mano y una manta en los hombros. Me siento a
ver a la gente pasar. Cojo un cigarrillo, lo enciendo y empiezo a divagar. Mi
mente repasa los últimos años de mi vida como si fuera un contador público.
“Esta experiencia es capitalizable, eso es un activo, esto un pasivo, aquella
relación fue una inversión perdida”. Poco a poco me doy cuenta que según los
cálculos, mi saldo de vida está en rojo. Reviso mis cuentas mentales y veo un
patrón. Un comportamiento que se repite una y otra vez. No, no, no… no puede
ser. Mi terapeuta estaría orgullosa de mí, ya me diagnostiqué: yo orbito a la
gente. Soy un Sputnik emocional.
La ceniza
del cigarrillo me cae encima y es ahí cuando salgo de mi trance. Me levanto y
trato de sacudirme las cenizas, mientras camino a la cocina para ponerle leche
al café. ‹‹Mi saldo
de vida está en rojo››
repito incrédula. A lo lejos oigo las campanas del convento, me recuerdan que
son las 07:00 am. ¿Cómo empiezo el día cuando ya sé que ésta es la conclusión?.
‹‹Plan de acción,
plan de acción… eso es››
me digo mientras dejo la taza en el pantry y voy hacia el baño. Ya me estoy
hablando a mí misma, como si estuviera loca. Ahora no solo tengo el saldo de mi
vida en rojo sino que también me estoy volviendo loca, ¡Qué bien!. ‹‹Plan de acción›› me repito en voz
alta. Me miro en el espejo y critico cada una de la arrugas de mis ojos. Veo la
hora y empiezo a apurarme. Si no llego a tiempo al trabajo, me volverán a
reducir el pago de mi jornada y el dinero no crece en árboles definitivamente.
Agarro el
bolso, las llaves, el móvil, la billetera y reviso a ver si tengo ticket para
el bus. «Mi saldo de vida está
en rojo» digo al cerrar la puerta. Y ¿qué se supone que debo hacer?.
Esto no me lo enseñaron en el
colegio. O por lo menos no que yo recuerde. La verdad es que yo intentaba ser
lo más invisible posible. Ser estudiante promedio era suficiente para mí. «Plan
de acción» vuelvo a repetirme, pero la cabeza no me responde. No hay ideas que
poner en orden, no hay esquemas ni flujogramas que trazar en papel. Nada. Cero.
Vacío
Llego a la estación
y veo que mi bus está alejándose de donde estoy, dejando una estela de humo.
¡Maldita sea! ¿Cómo si ya no fuera suficiente con esta tortura mental?, «¡Mi
saldo de vida está en rojo!» grito sin contenerme. El resto de la gente ni me
mira, pero empiezo a sentir como mi espacio personal incrementa
sustancialmente. Diez minutos para el próximo bus número 100. Veo el reloj
ansiosamente y por supuesto los segundos pasando como horas. Como no tengo nada
mejor que hacer, comienzo a hacer un recuento de quienes han sido los que han
fungido como planetas para mi orbitalidad emocional.
Las imágenes comienzan a aparecer
en mi mente con una precisión digna de un desfile marcial. Una a una, con el
mismo ritmo en sus pasos, con la misma cantidad de tiempo entre uno y otro. Los
cuento, rememoro e intento ser objetiva en mi análisis. Pero nada, las cuentas
mentales siguen estando más hacia el pasivo que el activo. Yo no me creía pasiva,
mas bien juraba que era extremadamente activa. Empiezo a dar pasos hacia
adelante y hacia atrás. Contando con los dedos, tratando de ver si me he
equivocado. Las imágenes siguen en mi cabeza y pasan cada vez más rápido.
Siento como el aire se mueve sin uniformidad y yo estoy ensimismada. «Plan de acción, no hay otra salida, tengo
que tenerlo»
me digo a mi misma.
Levanto la cabeza y vuelvo a ver que mi bus está alejándose de donde
estoy, dejando una estela de humo. Me quedo boquiabierta y siento como me arden
los ojos por culpa de las lágrimas y el labio inferior me empieza a temblar. Me
tengo que calmar, no puedo estar llorando a estas horas de la mañana. Respiro
profundamente y con el revés de mi mano elimino la humedad en mis ojeras.
«¿Plan de acción?» me digo en voz baja. Una pequeña sonrisa se me escapa y me doy la vuelta.
Camino furiosamente de
vuelta a casa. Busco la llave, abro la
puerta, me quito los zapatos y me pongo cómoda. Me voy a la cocina y empiezo a
buscar en la alacena. « ¡Aquí
está mi plan de acción, carajo!»,
y me voy hasta el salón. Envío un SMS a mi jefe diciendo que hoy no voy, sin
dar más explicaciones. Destapo la botella y siento un alivio mientras el aguardiente
me quema el esófago. Miro el reloj, y suelto una carcajada pensando que ya
habrán abierto los bares en alguna parte del mundo.
3 de noviembre de 2011, 5:05:00 a. m. GMT+1
Querida Catira,
el mejor descubrimiento es el que hace uno con uno. Bravo
Clap, clap, clap
Loviu!
M.